martes, 21 de febrero de 2012

Entrevista a Clarín

 
Sin poder imaginar que esto fuera posible aun siquiera en la ficción, lo cierto es que se ha hecho realidad: Clarín ha aceptado venir a casa y someterse a mis preguntas, que conforman la entrevista de hoy.

S.Cid: Señor Clarín, gracias por acceder a realizar esta entrevista.
Clarín: Es un placer para mí atender a sus preguntas, si no son extensas y demasiadas -sonríe bajo la barba poblada que, parece, se ha recortado para la ocasión. El metal de sus quevedos brilla bajo el rayo de sol que se cuela por la ventana del salón y me deslumbra brevemente, aunque no acierto a descubrir si es tal el motivo de mi repentina ceguera o la impresión que me produce tener aquí a uno de los mejores escritores de nuestra literatura.
S.: Lo intentaré -respondo sin mucha convicción, pues muchas son las preguntas que querría hacer y, al fin, pienso, qué más le da a él el número, si ya goza de una eternidad para poder responder. Suspiro y, apartando aquellos incómodos pensamientos propios de una mente aún terrena, doy comienzo a la entrevista-: Pese a que muchos escritores lo nieguen, en toda obra asoman siempre rasgos autobiográficos del autor. En la que ocupa la lectura propuesta para este mes en el Club, Doña Berta, he observado que no tiene usted pudor alguno en revestir a ésta con las mismas dificultades con las que usted, provinciano recién llegado a Madrid -dicho sea sin desdén alguno-,  se topó cuando se sumergió en la gran urbe.
C.: Madrid... -murmura mientras deja entrever un gesto de ensoñación-, me parecía tan grande y tan enemigo, en su indiferencia, para mis sueños y mis ternuras y mis creencias, encontraba algo parecido al calor del hogar... en el teatro y en el templo. Me consolaba dulcemente entrar en la iglesia, oír misa, ni más ni menos que en mi tierra, y ver una multitud que rezaba lo mismo que mis paisanos, igual que mi madre. Otro refugio era el teatro; pero no cualquier teatro; no aquellos en que había cualquier cosa menos poesía.
S.: Hablando de enemigos... -atajo-, no fue Madrid, empero, la mayor de ellos...
C.: Yo tengo contra mí la prensa "neocatólica" -responde sin dudarlo-, la prensa "académica", la prensa "librepensadora" de escalera abajo, parte de la prensa "ultrarreformista", la crítica teatral gacetillera...
S.: También  ha contado, no obstante, con el apoyo de grandes nombres de nuestras letras, como Menéndez Pelayo, Valera o Pérez Galdós...
Asiente sin contestar y queda sumido en lo que parecen lejanos recuerdos que asoman dolorosos a su rostro. Y yo, aunque cohibida por el exiguo decoro a que me impulsa el atrevimiento, no desaprovecho la oportunidad para interrogarlo al respecto:
S.: Bonafoux le acusa de plagiar la Madame Bovary de Flaubert con La Regenta, Dionisio de las Heras le insulta gravemente en su libelo, El besugo Clarín, ya desde el mismo título... ¿Siente usted, tal vez, que esa persecución ha sido dura en extremo y ha causado demasiado sufrimiento?
No tarda en contestar. Sin embargo, su respuesta parece caminar por sendas ajenas a mi pregunta:
C.: He escuchado un voz en sueños que me amonestaba: "El mal que causa tu pluma, el daño que produce tu censura agria y fría en el amor propio ajeno, es cosa tuya por completo; eres creador de algo en el mundo moral; de ese daño, de ese dolor. No engendres el dolor".
S.: Y usted -acometo sus palabras sin piedad, perdida ya toda pudicia-,  como admirador de la tendencia naturalista en la literatura, ¿no debería tomar el fruto de esa pluma como producto del determinismo, de una influencia irresistible a la que ninguna fuerza puede oponerse?
C.: El determinismo es el movimiento de un río -contesta-. Éste tiende a buscar el centro de la tierra, pero su dirección resulta de la oposición que lo mueve, libre albedrío, y los obstáculos que se oponen a ella.
S.: Sin embargo -objeto-, el naturalismo surge del sometimiento a la ley de la herencia, que condiciona el carácter y el destino del hombre y, por tanto, desde el punto de vista literario, del personaje. Y usted, no puede negarlo, ha traducido a Zola y ha tomado postura en favor de esta tendencia, pese a que, es cierto, su máxima difusora en nuestro país es doña Emilia Pardo Bazán.
C.: La vida se compone de influencias físicas y morales combinadas ya de tan compleja manera que no pasa de ser una abstracción fácil, pero falsa, el dividir en dos el mundo, diciendo: de un lado están las influencias naturales; del otro la acción propia, personal del carácter del individuo -se detiene un instante y me observa con vehemencia antes de continuar-. No es así la realidad, ni debe ser así la novela. A más del elemento natural y sus fuerzas, a más del carácter en el individuo, existe la resultante del mundo moral social, que también es un ambiente que influye y se ve influido a todas horas por la acción natural pura, por la acción natural combinada con anteriores fuerzas, compuestas, recibidas y asimiladas de largo tiempo por la acción del carácter de los individuos. Precisamente este elemento general, no físico y social, es el que predomina en la vida que copia la novela, y no queda estudiado en el análisis fisiológico y psicológico del individuo, ni debe ser considerado como puro medio del carácter sino como asunto principal y directo, por sí mismo: como parte integrante y sustantiva de la realidad, de cuya expresión artística se trata.

Observo en su rostro un extraño gesto que refleja cierta necesidad añorante de esa paz de la que ha llegado y a la que sin duda desea volver. Así, apresuro mi planteamiento sobre el asunto naturalista, temerosa de que en cualquier momento se diluya ante mí y no quede de él sino el contorno de un ser de naturaleza ya evanescente.
S.: Desde hace más de un siglo -principio-, cuando Watt da pie a la Revolución Industrial con su mejora de la máquina de vapor, el mundo ha visto cómo se removían los pilares sobre los que se había sostenido la sociedad y las incontables implicaciones a que ha dado origen. Por si ello no hubiera bastado, una Segunda Revolución está dando aliento a más y mayores cambios, que incluso han alentado el espíritu femenino de manera que ni las mujeres  encuentran razones para no aprovecharlos y se aventuran a pedir el voto. Todo ha cambiado y continúa haciéndolo a una velocidad vertiginosa que ni siquiera las nuevas máquinas podrán emular. 
Lo miro un instante y encuentro que Clarín me observa interesado. De modo que continúo: 
S.: Esas nuevas máquinas han creado fábricas, éstas han llamado a las gentes, que no han dudado en emprender un amargo éxodo de los pueblos a las ciudades, en las que, como hormigas en su hormiguero, se hacinan en infectas construcciones donde la enfermedad hace estragos y el alma humana se degenera hasta la depravación. El naturalismo lo retrata con descarnada sinceridad y niega toda posibilidad de remisión. Sin embargo, parece que usted no lo cree tan pernicioso como nos cuentan que es. 
C.: El naturalismo no es la imitación de lo que repugna... El naturalismo no es tampoco la constante repetición de descripciones que tienen por objeto representar ante la fantasía imágenes de cosas feas, viles y miserables... El naturalismo no es solidario del positivismo... El naturalismo no es el pesimismo. El naturalismo no es una doctrina exclusiva ni cerrada. No niega a las demás doctrinas. Es más bien un oportunismo literario.
S.: ¿Tan oportunista como los temas que usted trata en sus escritos, más vinculados, en realidad, a la prensa que a la literatura?
C.: Escribo -replica de inmediato- sin pensar en las generaciones venideras, escribo para los contemporáneos.
S.: Y, sin embargo, el porvenir jamás se detiene. Siempre acaba por alcanzarnos -apunto-. Para la época en que escribe la novela que hemos propuesto como lectura de este mes, Doña Berta, usted ha comenzado ya a mostrar una tendencia hacia el espiritualismo. ¿Intuye el final...?
Él no responde, pero sonríe apartando la vista de mí y sumergiéndose en una reflexión de la cual imagino su principal pensamiento: "¿De qué final hablas, alma cándida, si estoy aquí hablando contigo?". Sin embargo, ese aquí es aún distinto para ambos, y así parece reconocerlo cuando su mente, sin duda, repara en ello. De modo que fija su vista de nuevo en mí y, sin contestar, aguarda mi siguiente pregunta. 
S.: En los años finales de su vida -insisto en la idea esbozada en mi intervención anterior-, se desliza usted hacia un marcado espiritualismo y quizá, es la base desde la cual quiero plantear mi pregunta -aclaro-, a este humanismo espiritualista se debe su reacción contra los peligros del superhombre y de la masa. ¿Comparte usted con Ginés de los Ríos y los krausistas las recriminaciones que estos han lanzado contra Nietzsche, acusándolo de "inmoralismo anticristiano" e "individualismo aristocratizante"? 
Asiente con la cabeza y refuerza estas críticas con una simple declaración:
C.: Nietzsche acusa un limitadísimo subjetivismo y una neurastenia mística

Y como si aquella declaración última fuera el punto final ideal a nuestra entrevista, observo cómo Clarín comienza a desvanecerse en el aire hasta que su imagen no es sino el recuerdo que de ella queda en mi retina.

4 comentarios:

  1. Perdón por el retraso en dejar unas palabras.
    ¡Vaya curro te has pegado!
    ¡Felicidades!

    Y qué ingratos son el resto, que no han dicho nada de esta entrevista. A mí, anda, bórrame del libro negro, por favor.

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  2. Caraguevo: Me llevó un buen rato, sí: buscar aquí y allá, ¡y todo por no utilizar la ouija! Si es que...

    Pero no te borro, no, que aquí no hay libro negro. Ya dije que sin compromiso. Además de que ha salido un poco tostón la entrevista.

    Pero, gracias, me has recordado que tengo que quitar el libro negro de Finis Terrae, que como broma ya cumplió su función.

    Saludos.

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  3. Comentaré algo, al menos para que no me llamen "ingrata"... Y sí, efectivamente, buen trabajo... Claro que lo de "ejercer de correctora" hace que a menudo me sienta reiterativa comentando sobre lo ya dicho... Eso, y lo "rápida" de reflejos internáuticos que es una... Ja, ja..
    Saluditos.

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  4. MGae: Si ya sé de tu lentitud tortuguil y, además, como bien dices, poco hay que escriba sin que antes haya pasado por tus ojos u oídos, así que tu posterior lectura en el blog (o en mi futuro -futurísimo- libro, ése que quizá algún día vea la luz) es un poco baladí, al menos para ti; por eso te agradezco mucho los comentarios y jamás, jamás.... te llamaría "ingrata". ;-)

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